Hace ya doce años que en casa comenzamos con un calvario que no deseo a nadie. Sin embargo, no fue un tiempo exclusivamente de dolor. Fue un tiempo de emociones, contradictorias en muchas ocasiones, pero tremendamente intensas. Un tiempo en el que sentí, físicamente, cómo mi corazón era destrozado en mil pedazos. Un tiempo en que el sufrimiento nos hizo grandes, muy grandes. Un tiempo en el que el amor, la ternura y el cariño se incrustaron en nuestros corazones de tal manera que pasaron a formar parte de nuestra esencia. Un tiempo en el que nuestros hijos crecieron muy deprisa y maduraron lo que no les correspondía. En definitiva, un tiempo que nos hizo mejores.
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